sábado, 6 de noviembre de 2010
VIAJE II
La encontré sentada frente al muro de plata. Tenía los ojos completamente abiertos pero parecía mirar más allá del muro, centraba su vista en el infinito desconocido que todos imaginábamos tras la gran pared plateada.
Hacía tres días que habíamos llegado a esa habitación de dimensiones gigantescas. Al cruzar la puerta, ésta se había cerrado desapareciendo al instante. La habitación no tenía ninguna fisura, ningún detalle que pudiera permitir soñar con una escapatoria. El brillo era cegador, pero sus ojos eran distintos, todos lo habíamos notado nada más comenzar la ruta. Cuando ella te miraba te sentías desnudo, como si atravesara tu tejido emocional y se adentrase en tu intimidad, en todas aquellas cosas que nunca nadie te gustaría que viese, tus secretos más ocultos. Aguantaba el brillo de la sala sin pestañear ni una sola vez, aunque siempre parecían estar mojados por un lagrimeo continuo.
Se había sentado frente a la pared de rodillos, hacía más de séis horas, la miraba fijamente, sin mover ni un músculo, sin emitir ni un leve quejido, estaba suspendida en el tiempo, y sólo notábamos un ligero vaivén producido por su respiración profunda, cuando está paró de súbito…
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