jueves, 4 de noviembre de 2010

Escuchas a la orilla del Guadalquivir

En el barco los jubilados bailaban un decadente baile de muertos. Mientras bajo el agua la niña paseaba su vestido de comunión cogida de la mano de una novia, recién muerta a manos de un- no quiero-.
Fumaba porros con ellos, chupaban sus pollas y no las nuestras. Agitando las manos, el gitano bailaba sobre la barca de patín al compás de las palmas de los peces rosas. En américa no tienen motos por eso los guiris los miran a ellos cuando pasan con una yamaha repletas de cruzcampos.
Esa es nuestra peor edad no tenemos ni dieciocho ni catorce por eso quieren fumar porros con los otros, quieren chupar sus pollas.
Es un placer leer un libro ausente y ajeno apoyando en un muro de una ciudad con río navegable, y más si eres japonesa, estudiante.
Deseo lamer como lamen los perros pero con lengua de camaleón todas sus heridas vestidas de piel de seda, quiero que mi lengua salga por su boca tras meterla por su culo, pero está lejos no hay sitio para los dos.
El río se seca pero seguiremos viviendo, sólo cuando no vengamos dejares de venir y el río nos importará lo mismo que nos importa ahora, o sea, una mierda.
El se tiró del puente dando un mortal.
Dormir en tus pestañas, desayunar con tus legañas, desgarrarme con tus garras que son palabras con forma de látigo, tu sonrisa me ha sacado un ojo, que se ha ido volando hasta el agujero de mi deseo.
Tengo ropa cara, nunca la cambiaré, y quemaré toda la ropa barata para que sólo exista la ropa cara.
Me haré la prueba para que mi padre se quede tranquilo. El mío es militar.

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