miércoles, 27 de octubre de 2010

CANIBALES


Caníbales

¡Hijo, eres la hez!

Matilde N.

Lo había dejado porque sí, y ante la familia nada había dicho, ni siquiera a su nicho íntimo, el que le construyeron antes de que ella naciera, ya que pertenecía a una de esas familias de las que se nace con un panteón bajo el brazo.

Se había abandonado por sí misma en un paraje tan inhóspito como habitado, la única diferencia era personal, lo encontró vendiendo chatarra reciclada para decorar el pelo de los chicos y de las chicas. En las aceras había aburrimiento y dejadez aunque bien es verdad que todos se reían y ella no iba a ser menos, y su risa se cruzó con la suya, les pareció haberlo visto todo, por eso les gustó, porque se reconocieron y en un minuto ya estaban comprando rosquillas juntos. Al principio, las rosquillas no les gustaron y por eso decidieron besarse, a él le quedaban restos de rosquillas en la boca pero no le dijo nada y fue bonito verles cómo se escondían el secreto de las rosquillas, y a partir de ahí se esconderían todos los secretos más íntimos, como que ella era caníbal y él un desastre en la cocina, y limpiando baños. Pero a ella no le importó sentarse en el retrete con todos las meadas de él en la taza y a él no le importó que ella le fuera comiendo las zonas menos erógenas de su cuerpo, se había dado cuenta de que el tiempo lo curaba todo y cuando hacía sol se le cerraban las heridas, aunque en los muñones no le volvía a crecer nada. Ella fue queriendo más y él cada vez podía dar menos de sí, así que llegaron las discusiones, que si tú no pones de tu parte, que si tú me pides mucho, que quiero más miembros de tu cuerpo... Al principio, ella le dijo que era un egoísta, luego, le dijo que era un egoísta cabrón, que ella había aguantado meses con el baño sin limpiar y él no ponía nada de su parte, y es que en realidad no le quedaba nada de su parte, se había comido todo menos los dos únicos miembros que le interesaban y uno de ellos era la cabeza aunque estaba a punto de comérsela porque estaba pensando demasiado.

Hubo un silencio enorme de unos quince días. El no podía andar, ni cambiar las cadenas del televisor con sus propios dedos y decidió quitarse la vida, pero cuando ya estaba dentro de la lavadora con el programa del centrifugado a punto de funcionar prefirió quitarse la muerte de encima y comenzó a gritar a su caníbal, quien le sacó de la lavadora a punto de morir intoxicado de detergente barato. Ahí se rompió el silencio, ella comenzó a reírse de verlo ahí tan muñón y lo dejó rodando por el pasillo, golpeándose con los rodapiés...; y todo volvió a la normalidad, lo sacaba de compras en una bolsa de supermercado, con dos agujeros para que pudiese ver y respirar...

F. Larrea Nicolás